sábado, 31 de diciembre de 2011

Ésta va por ti, viejo.

Hace mucho que no hablamos.
Vamos a aprovechar ahora que tienes tiempo y zanjamos lo pendiente.
Empiezo yo si te parece bien...

Hank Williams III – Straight To Hell - Explicit

Me dejaste rodeado de hermanas, una madre más responsable que tú y un hermano con bastantes maletas que cargar de su propio padre como para ponerse a arrastrar las tuyas.

La línea de recuerdos tuyos que tengo va así:

Tú dándome un golpe en la mano por hablar mal a mi madre.

Tú diciéndome que no me asuste por llevar en mi regazo la cabeza del hombre ensangrentado que iba conmigo en la parte de atrás del coche después de atropellarlo.

Tú subiéndote a un coche con mamá y no volviendo más a casa.

Las cintas grabadas en la cárcel con las que hacías un esfuerzo por ser el padre que no podías ser.

Más adelante, tú y yo en la cárcel.
Tú en tu celda, yo en ella de visita. De fondo las fotos de Abel, tu otro hijo, y las mías en el cabecero de tu cama. Hablando tú, escuchando yo. Contando los días que me quedaban para irme a España sin saber cuándo volvería a verte, yo. Contando los días que te quedaban para salir de Lurigancho tú.

Tú llegando a casa de mis abuelos, fugado de la cárcel y, como buen argentino, hablando. Hablando sin parar y calmándome con tu voz.

Y me calmé lo suficiente como para irme sin armar mucho jaleo. Se intercambiaron los papeles. A los 8 años fui yo el que te abandonó con un cassette de Kenny Rogers, un machete con nuestras iniciales grabadas en la empuñadura que casi no me cabía en la mano y un pasaporte redactado por ti en el que mi segundo nombre era el tuyo y mi fecha de nacimiento cambiada al mes en que tú naciste.
Te dejé fugitivo en Lima con una identidad falsa y una promesa en los labios: "Iré a buscarte. Te iré a buscar y te compraré una bicicleta. Te compraré una computadora. Te iré a buscar y volveremos a estar juntos tu madre, tú y yo y no tendrás que preocuparte por nada. Ve con tu madre y espérame."
Y con 8 años cumplí mi parte. Me calmé y esperé.
Esperé y esperé hasta que meses más tarde el teléfono dejó de sonar por ti.
Recordando tus consejos poco a poco conseguí quitarme los tics y un día, al fin, conseguí olvidarte. Me curé de ti como más tarde aprendería que se curan los corazones rotos y de pronto, sin darme cuenta, había dejado de pensar en mi padre. Hasta tal punto fue así que cuando me preguntaban, la respuesta era fácil:
-¿Y tu padre?
-No tengo.

Dejé de tener padre de un día para otro. Ni vivo, ni muerto, sencillamente no lo tenía. A tomar por culo con tu promesa. Si no te importaba a ti porqué me iba a importar a mí.
¿Quién eras tú al fin y al cabo? ¿Mi padre? Mi madre me lo dejó bien claro: yo era suyo y ella era mi padre y mi madre.
No te necesitaba para nada.

Así pasarón los años hasta que un día, cumplidos los catorce o quince años llamaste. Nos localizaste, no sé cómo, y hablaste con mamá. Me enteré por ella y hablé contigo. No hablamos de la bici, ni de la computadora. Te pregunté que qué tal, me contestaste que bien y te devolví la mentira en mi turno. Colgamos sin demostrar ningún sentimiento el uno por el otro.
Tú necesitabas cien dólares, me dijeron y tengo entendido que los conseguiste.

Cuatro años más tarde, a los dieciocho, no sé cómo, probablemente por algún amigo de la familia de esos que ahora están en la cárcel o muertos, recibí una explicación. Te encontraron. La policía te rodeó y tú ibas armado o me imagino que ibas armado. ¿Porqué si no te iban a haber disparado hasta casi matarte? Pero aguantaste y volviste con las tripas cosidas a la cárcel donde cumpliste la condena entera. Todos los años que te quedaban y alguno más por la idiotez de dejarte coger y los cojones de sobrevivir a las balas.
Todo eso pasó entre tu penúltima y tu última llamada.
Seis años. Yo me enteré diez más tarde pero no pregunté porqué no me lo había contado nadie. Lo asumí con tranquilidad y me lo tragué como había aprendido a hacer con todo lo que no lograba entender en casa durante todo ese tiempo, pero algo había cambiado.
Volví a tener padre.
No sabía dónde, ni en qué estado, ni si él se acordaba de que tenía otro hijo en caso de seguir vivo, pero yo tenía un padre y un par de cosas que aclarar con él.
Fue entonces que quise encontrarte.

Me fui a Los Ángeles por cosas mías. A vivir fuera, a matar el tiempo, a intentar cortar camino para realizar un sueño idiota y aprender a hacer las cosas solo y puede, pero solo puede, que porque era el último sitio en el que te habían visto. El Negro José se había cruzado contigo en un supermercado de Pasadena. Estabas con una mujer con la que él había estado antes y hablásteis, ilegales y foragidos los dos una vez más, aunque en otro país y por motivos distintos. Quedásteis para cenar, charlásteis y quedásteis en volver a veros. Cuando le ví le pregunté si te había vuelto a ver y me dijo que no, que la siguiente vez que vio a la mujer ya no estabas tú y ella sabía de ti lo mismo que él con la diferencia de que le importabas menos.
Hablamos de ti ese día.
Le conté eso que me habías dicho el día que me regalaste el machete en Lurigancho. Que estabas donde estabas porque habías hecho mal las cosas, que eso era sí, pero que no me pensara que eras malo. Que nunca le habías hecho daño a nadie.
Soltó una buena carcajada. No recuerdo qué fue lo que me dijo pero en ese momento entendí que el que te disparó debía pensar lo mismo de ti que José.
Para mí tu rastro se pierde en El Negro.
Ya te lo contará él pero le deportaron. Le dejé 100 pavos y un colchón hinchable para que se cruzara el país en coche e irse a trabajar con su hermana con la mala suerte de que, en el camino, le paró la policía. Le quitaron el coche y el colchón y le metieron esposado en un vuelo directo de vuelta a Lima.
Su suerte con los viajes no cambió. Lo último que supe de él es que se iba de la capital por un problema con una mujer casada.
Le mataron a tiros esperando al autobús en la puerta de su casa.

Y aquí estamos tú y yo ahora, hablando de él. Ya no escucho mucho a Kenny Rogers. Soy más de Hank Williams III y Johnny Cash. Si me fui de tu lado para estar con mamá, que sepas que nos salió mal la jugada. Ella está de vuelta en Perú y la veo poco. Soy el que menos habla con ella de todos los hermanos. Lo siento pero le tengo pánico al teléfono y cuando la llamada es de allí más. Cuando las noticias son buenas son para decir que alguien ha salido de la cárcel y los que salen de la cárcel siempre necesitan algo y cuando son malas es para enterarme de que hay otro al que no volveré a ver.
Esta noche me ha tocado contigo, viejo.
Ahora lo puedo decir muy firme: no tengo padre. Y no porque te guarde rencor, o por una promesa que no hayas cumplido, o porque me valga con mi madre y mis hermanos. No tengo padre porque, al parecer, tenías miedo a los médicos y al final el miedo te mató. Empezó con un dolor de tripa, dicen. Que se convirtió en una gripe, dicen.
Lo que no consiguieron el estrés ni las balas lo ha conseguido una gripe. Menuda puta de gripe que has cogido, pá.
¿Te importa que te llame así?

Te toca a ti, ahora.
Cuéntame tu versión...

Abel García Canori
Mar de Plata, Argentina
¿¿??-2011

miércoles, 11 de mayo de 2011

Las bestias


La imagen es la de unos elefantes.
Unos elefantes con la patas delanteras clavadas al tronco de un árbol cada uno.
Un tronco basto sobre el cual las bestias, con las patas perforadas la una sobre la otra, viajan río abajo azotados por las varas de una civilización extinta.
Pueden ser egipcios o un grupo cualquiera de aborígenes.

Los hombres los transportan y ellos se dejan arrastrar corriente abajo, confundidos, incapaces de entender como estas criaturas tan blandas, tan pequeñas, les pudieron someter para llevarlos a morir.

¿Fue algún descuido?

Porque ellos saben que es el fin. Las bestias saben que es el fin.
Creen que les devorarán.
Que les cocerán a fuego como han visto hacer a otros de esa especie, desollándoles antes para fabricar herramientas con sus cuerpos pero no ocurrirá así.
No con ellos.
No esta vez.
Solo quieren su grasa. Su piel. Su aceite. Los colmillos.
Cuando lo hayan conseguido abandonarán los restos. No se molestarán en esconderlos.
Servirán de ejemplo.



Ella y yo meditábamos sobre esto al borde de las cataratas.
El agua me permitía ver sus hombros y lo largo de su cuello. Su perfil cortando la arboleda que rodeaba nuestro estanque en lo alto del acantilado.
Lo discutimos como un hecho del pasado, como ese accidente histórico que hizo mella en nuestra especie.

- ¿Cómo se pudo hacer eso? ¿dar tan poco valor a la vida? Al dolor.
- Sobre todo cuando ellos son incapaces de dejar que otra corra ningún riesgo.

...y al acabar de decir esto soltamos un patito de juguete en el estanque. La corriente lo llevaba lentamente a la cascada haciendo giros imposibles.
De repente, una trompa, estirándose por encima de nosotros lo cogió muy suavemente y lo dejó a salvo en la orilla, con cuidado.
Era un elefante.
Se bañaba al lado nuestro como si nos conociera, bebió unos tragos y se echó agua por encima.
Tras el baño se giró y volvió a los suyos; un pequeño grupo de elefantes que esperaba a sus espaldas.
Sentí que se despedía con el gesto de los dueños de las fincas al largarse.