lunes, 23 de noviembre de 2009

Living la vida Angola


Mateo es conductor de visitantes extranjeros en Luanda.

Un trabajo al alcance de pocos con unas condiciones excepcionales:
Un teléfono móvil (que desgraciadamente pasa el día entero descargado porque Mateo va a su casa cada 2 días, sí tiene un hueco, a darse una ducha), un vehículo en el que dormir (insisto, a casa solo va uno a ducharse) y un sueldo de alrededor de 8000 kuanzas al mes.
Algo menos de 90 dólares.

A cambio él ofrece disponibilidad las 24 del día.
No para ni a comer.
Máximo se toma una coca cola o lo que le inviten los clientes de su jefe porque si no va a casa no puede comer en la calle. Es caro incluso para un europeo.
En Luanda una hamburguesa con patatas fritas y bebida cuesta 1500 kuanzas.
Ya sabéis su sueldo, ahora haced el cálculo.
Además debe estar localizado siempre. Sí el móvil no tiene batería, que es el caso el 70% de las veces, no se puede mover del coche.

Nos enseña las fotos de sus hijos.
No son las típicas de niños raquíticos preparadas para conmover a los turistas para que le den propina. Por mal que esté decirlo, Mateo no es tan listo.
Nos enseña unas de su hija regordeta, en el jardín (o terraplen) de al lado de su casa y de su hijo vestido con un bañadorcito rojo heredado de alguien que le debía doblar la edad cuando se lo entregó.

Había una de la mesa del festín que habían preparado en casa para la celebración del quinto cumpleaños de su hijo Bris.
Ésto es lo que había en ella:

Una botella de vino tinto
Una botella de 1L de cerveza
1 botella de 25cl de Coca-Cola
Una tarta de merengue con una vela en forma de 5
2 platos de arroz

Todo sobre un mantel salmón de seda artificial.

Alexander nos dice que tiene veintiseis años aunque todos sabemos que no alcanza los diecisiete.
Un tipo afortunado Alexander.
Trabaja de guardián del mini-complejo de apartamentos en el que nos hospedaremos durante nuestra estancia en Luanda.
Tiene un uniforme compuesto por una camiseta verde, un pantalón militar de un ejército y una chaqueta de otro.
También tiene una porra y un rifle de asalto Kaláschnikov AK-47.
Nunca se desprende de él.
Alexander trabaja todos lo días sin parar.
Cuando se acuesta en su colchón, colocado al aire libre junto a una pared del patio, se lleva el brazo por encima de la cabeza y sujeta el rifle con un dedo envuelto en el gatillo.
Siempre está sonriendo hasta que se le pide una foto y posa profesionalmente para la cámara, poniendo una cara que va a juego con su arma.


Marc es holandés pero vive en Austria desde hace años.
Casado con una famosa actriz de musicales austriaca y con dos niños, vive en una espléndida casa de campo a las afueras de Viena, rodeada de árboles que, si tuvieran pulmones y boca, dejarían escapar una tos cada vez que el neerlandés pone en marcha su deslumbrante Toyota FJ Cruiser con matrícula de Florida.

"Solo tiene matrícula atrás así que puedo correr todo lo que quiera por las carreteras alemanas".

Según nos dijo, ahí los radares solo toman las fotos por delante.
Cuando Marc le pregunta a Mateo que qué hace cuando no está conduciendo para nosotros, no sé sí está intentando iniciar una conversación torpemente o es que es demasiado estúpido cómo para darse cuenta de que, en los últimos tres días, Mateo no se ha cambiado de ropa y ha estado durmiendo en la furgoneta estacionada en la calle, justo enfrente de nuestra parcela.

Cuando Mateo le contesta que "business" y él se mofa diciendo:
"Heeey , big business, huh? You must be a rich man!" se crea un silencio incómodo entre el resto y su estupidez se convierte en patanería y nuestra incomodidad en bocas torcidas y chasquidos de lengua ahogados.

Para Marc, Mateo no es más que otro negro muerto de hambre, una foto en una marquesina, una estadística de la ONU.
Uno de esos anuncios de Unicef que invaden nuestro campo visual cuando intentamos leer una revista.

Miguel Ángel decía que al llegar sintió que en el camino del aeropuerto a los apartamentos le miraban mal. Como si le odiasen.
Como si te odiasen no, Miguel. Te odian.
La mayoría, sobre todo los bayaye que deambulan sin rumbo por la calle, nos odian, a ti y a todos. Peor aún, también nos odiamos un poco a nosotros mismos.
El sentimiento de culpa del colono que nos invade cuando vemos a negros, hindús y sudamericanos en sus países.

There's a side to every story que se dice en inglés.
No tengo ni idea de cual será el punto de vista del presidente, José Eduardo Do Santos, al que vimos escoltado por una modernísima ambulancia, cinco Mercedes 500, cinco BMWs M 5 y cinco Audis A8 (¿porqué elegir?), todos último modelo, amén de las cuatro motos de la policía y el camión con 4 militares, uno de ellos luciendo orgulloso un bazooka cargado.

Supongo que él vive guay en Luanda.
Duerme sus ocho horitas, su móvil nunca andará corto de batería, tiene a un montón de tíos para que le sujeten el rifle mientras duerme y dudo que las 1500 kuanzas de la hamburguesa con patatas le parezcan una pasta.

En cuanto al odio que puedan sentir por él... no creo que le preocupe tanto como a Miguel.
Como se suele decir, eso va con el cargo.

3 comentarios:

  1. El sentimiento de culpa que "nos" invade, pedazo de perunchi?

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  2. Ha!
    Mi identidad nacional es difusa.
    Permítame ciertas licencias, Nataniel...

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  3. Tu viaje debe tener más historias fascinantes como ésta no? cuándo las leemos?

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