sábado, 27 de febrero de 2010

De Qué Hablo Cuando Hablo de McCarthy

Abrió un ojo mientras mantenía el otro entreabierto.
Rojos los dos y secos de resaca y humo.
El gato meaba alegremente al otro lado de la cama, mirando al techo con el rabo en alto como quien confirma una teoría o expone un hecho irrefutable.
Su cara era una sonrisa.

Él deslizó la mano despacio por debajo de la almohada; dorso abajo, palma arriba; hasta encontrar el arma y enroscó el índice por el gatillo abrazando el nácar de la empuñadura con los dedos.
Despacio, muy despacio pensaba para sí y la voz en su cabeza sonó ronca.

Costó un poco sacarlo de ahí, levantar el revolver y apuntar sin que el gato notara el cambio de peso y el temblor de su codo equilibrando el arma sobre la cama pero debía estar muy metido en lo suyo.
La orina le empezó a mojar el muslo.
Dejó escapar un eructito silencioso que el gato oyó y giró la cara hacia él.
Sayonara, whiskas.

Un eco sordo y seco; una nubecita de pelo blanco flotando como plumas en una instantánea; un spray de sangre en la pared; un huesecito pequeño y astillado clavado en ella.
Un resumen de lo que fue el gato.
Olor a humo.

Se puso las botas (había dormido con la ropa puesta), abrió el tambor con una coreografía ensayada de muñeca y pulgar, pescó el casquillo y se lo guardó en el pantalón tras cambiarlo por una bala nueva.
Cogió la mochila, se sacudió el sombrero en la pierna y salió cerrando la puerta tras de sí sabiendo que nunca volvería a esa casa.
La policía no tardaría en llegar.
Once y media.
Con un poco de suerte llegaría a tiempo al desayun0.

...

La hermana menor salió del coche apoyándose en la puerta.
Empezó a andar sin mirar atrás, sin esperarla y por la diferencia de edad entre ellas o por las arrugas en la cara de la mayor las confundirías con una madre y una hija.
Corpulenta la más vieja.

Había tres palomas recogiendo migas del suelo con el pico y antes de que la grande llegara a su altura la pequeña pegó un pisotón en la acera, un pisotón pesado y torpe, como queriendo llegar al fondo de todo esto, provocando un terremoto diminuto.
Las palomas se echaron al vuelo más molestas que asustadas.
La rabia de saber que hacen caso a un instinto vano pues si se hubieran quedado la chica no les hubiera hecho nada.

Al ver el resultado y sin dejar de andar, la chica tiró de la cintura de sus pantalones para arriba, colocándoselos en un gesto de orgullo y satisfacción y miró a su hermana para comprobar que lo que había hecho era importante y de su agrado.
Ésta le sonrió, se cogieron del brazo y caminaron.
Unos coches de policía corrieron calle arriba en dirección opuesta.

Cuando volvieran a por el coche ya no lo encontrarían donde lo dejaron.

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